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En Concepción llovía de lado y el viento me pegaba en la cara, me mojaba los lentes y me ilusionaba con el misterio que significa ver a alguien por primera vez.
Él era color habano, olía a madera bajo la lluvia y su boca se encontró con la mía tan rápidamente que me costó descifrar hacia donde seguir su lengua. Su boca sabía a dulce y tan solo con tocarla empecé a gemir, primero suavemente hasta que mi respiración se entrecortó y ya no podía hacer nada más que asentir. Levantó mi ropa y encontró mis pechos que estaban rebosantes y sensibles, tan dispuestos a que los mordiera que en cuanto se acercó yo comencé a fluir como un río. Me tomó del cuello y me preguntó: a esto querías venir? Yo solo gemía, no podía decir ni un sí, pero creo que entendió como mi cuerpo se doblaba cada vez que me apretaba un poco más.
Bajó su mano y me dijo: estás tan húmeda. Yo solo quería que me penetrara, pero me tomó del pelo y me bajó, me puso frente a su pene y pude sentirlo, estaba tan duro que podía imaginarme cómo sería cuando lo sintiera dentro. El comenzó a gemir y sus gemidos rebotaban en las paredes vacías, en los espejos, las pesas, el sillón, en las ventanas y la vista desde abajo hacia su cara era como mirar la montaña antes de subir a la cima, tantos momentos de quiebre habían entre su pene y su cara, cada parte de su cuerpo estaba perfectamente ubicada, firme, turgente, ni una fibra se movía y su color era como el del atardecer magenta que vi una tarde en Ipanema y su desborde era suave como el Atlántico. Que belleza !
Me llevó al sillón y con su mano comenzó a tocarme, estaba tan excitada que saltaba con cada toque y de pronto comencé a fluir, fluí tanto que me sumergí en mi propia agua y nadé profundo en ese orgasmo tan exaltado, me metí dentro de la nube que se crea y estuve allí gimiendo y rebotando hasta que toda el agua me dejó.
Abrió mis piernas un poco más y me penetró, su pene se sentía profundo y contundente, Dios mío! Cuanto grité en ese momento! Que sensación más exquisita cuando galopaba al ritmo que él quería, me llevaba con él y también me soltaba, de pronto sus manos aparecieron en mis nalgas y con el rebote me hizo acabar otra vez mientras me susurraba: quien manda aquí?. Esa parte dominante es lo que más me gusta de un hombre, se siente tan increíble.
No logro saber cuanto tiempo estuvimos así, cambiando de un lugar a otro, mirándonos en los espejos, en el suelo, en las sillas, como si parte de tener sexo fuera también ser explorar el espacio y acabar en cualquier parte sin medir más.
Cuando dijo que se iba puso su pene en mi boca y acabó en mí lengua mientras lo chupaba con fuerza y él sabía a la misma lluvia que me trajo esa noche, tibio y fresco. Todo me supo dulce y especial…
Luego volví por un ramazzoti y conté a todos que por alguna razón que no podía decir esa había sido la mejor noche de mi año hasta ahora y pensé en todas las posibilidades que habitan más allá de las que podemos ver.
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